Sobre la "institucionalización" del fujimorismo
Dos citas:
1) La justificación de Elmer Cuba para integrar el equipo técnico de Fuerza Popular:
“Veo en Fuerza Popular una representación de
masas…es un partido político de masas del siglo XXI”
2) En un artículo de su edición de febrero, The Economist presenta esta explicación surgimiento de Trump:
“Scientists
are well acquainted with the “observer effect”, which, in physics, for example,
stipulates that the characteristics of a subatomic particle can never be fully
known because they are changed by the act of measuring them. Similarly, wrote
Mr Drezner, “The Party Decides” has been “the primary theory driving how
political analysts have thought about presidential campaigns. It seemed to
explain nomination fights of the recent past quite well.” However, in previous
elections, there were no crowds of journalists citing TPD. This time, says Mr
Drezner, Republican decision-makers “read smart take after smart take telling
them that Trump didn’t have a chance…so GOP party leaders didn’t take any
action. Except that the reason smart analysts believed Trump had no chance was
because they thought GOP leaders would eventually take action””.
***
A riesgo: Aún en disputa, las investigaciones
sobre el fujimorismo se transformaron, dentro de los medios, en un sentido común que tiene un impacto efectivo.
En algún momento, el fujimorismo se construye (también) discursivamente como el
“partido más institucionalizado del país”, con “bases sólidas”, con "identidad" y "arraigo en la sociedad". Este discurso mediático, por su propia cuenta, tanto como las variables reales de la fortaleza fujimorista, afecta el comportamiento de las élites políticas.
Esta no es una posición idealista. El fujimorismo no vive del cuento. Es innegable la estabilidad de su intención de voto. Hay también mucho de cierto sobre la ventaja organizacional relativa del fujimorismo y un enraizamiento mínimo, aunque superior al resto de agrupaciones políticas.
Pero, ¿es suficiente para estar por encima de los demás? En ocasiones, los diagnósticos académicos acerca de la institucionalización del fujimorismo se tornan apresurados. La “formación de horizontes
comunes” entre los políticos al congreso que postularon por Fuerza Popular se
ha tomado por finalizado: la percepción de una bancada congresal, que votaría en
bloque, escondería más bien alianzas regionales frágiles. La vida activa en los Comités
Provinciales, que quizá no es más que la extensión de los espacios de
socialización local, se asume como el germen de la nueva militancia. El
despliegue territorial de Fuerza Popular se sostiene por el trabajo de base pero también
por la cantidad de dinero utilizado de origen desconocido.
Desde luego, estos son argumentos en disputa.
Aún falta mucho por investigar acerca del nuevo fujimorismo, y el consenso
académico es menor del que se puede imaginar. Hablamos de un “proto-partido”
con identidad (Meléndez), de una organización con una lideresa “que busca la
institucionalización” (Sosa) o un “entorno partidario” con vínculos débiles con
sus organizaciones satélites (Urrutia). Establecer que tan institucionalizado
es el partido de Keiko Fujimori no está libre de contención. El “dato
duro” sobre el número de postulantes a gobiernos subnacionales, por citar un
ejemplo, puede ser interpretado de dos modos: por una parte, demuestra la
fortaleza del partido frente a la atomización de la política peruana; por otra,
a nivel de la región andina, todavía es indicador de su fragilidad
organizacional. La evidencia acerca de la institucionalización del fujimorismo,
de su fortaleza, no es totalmente inequívoca, pero ello en la academia no
tendría por qué llamar la atención.
Lo que llama la atención es la frase de Elmer
Cuba. No solo porque el directivo de Macroconsult, la consultora que hace los
Términos de Referencia al Estado, utiliza un lenguaje cercano a la politología,
sino porque es un ejemplo de cómo una literatura en cuestión sobre un fenómeno en proceso, se puede tomar por
un hecho cerrado. En ese sentido, y más allá de la cita instrumental de Cuba, las élites políticas apelan
a estrategias a partir de percepciones de fenómenos como el fujimorismo aún no del todo claros para
la academia. El comportamiento de PPK en la segunda vuelta sería otro ejemplo.
Se argumenta que el equipo de Peruanos por el Kambio teme a ganar: se
enfrentaría a una oposición firme, una bancada en bloque, feroz, con capacidad
incluso de movilización. En suma, se enfrentaría a un partido político. ¿Qué
tan cierto es esto? Cualquier respuesta no deja de ser arriesgada: el fujimorismo podría no ser más que el hermano mayor, algo más hábil, de las coaliciones que representan la forma de hacer política en el Perú. En cualquier
caso, las élites políticas parecen sensibles a la percepción (alineada o no a lo
real) de un fujimorismo fuerte y cohesionado, y adecuan sus expectativas a ella.
Esta relación entre politólogos, medios y políticos nos plantea una situación curiosa. En esta campaña, más que en cualquier otra, la ciencia política peruana se encuentra en una posición privilegiada dentro de la prensa. En el último lustro, los politólogos y las politólogas han estado desplazando a los insulsos y repetitivos comentaristas políticos. Este cambio, por sí solo, debería alegrarnos. Pero también preocuparnos: en el paso del campo académico al mediático el teléfono se puede malograr y el análisis transformado y reducido a sentido común. Incluso cuando las conclusiones no son alteradas, y la evidencia es contundente, la academia también juega un papel: traduce fenómenos que de otro modo -y como en otras épocas- no hubieran sido visibles para las élites peruanas. De esta forma, y sin reflejarnos en la política norteamericana, nos encontraríamos en el mismo lugar incómodo: observando lo que en verdad hemos creado.
Esta relación entre politólogos, medios y políticos nos plantea una situación curiosa. En esta campaña, más que en cualquier otra, la ciencia política peruana se encuentra en una posición privilegiada dentro de la prensa. En el último lustro, los politólogos y las politólogas han estado desplazando a los insulsos y repetitivos comentaristas políticos. Este cambio, por sí solo, debería alegrarnos. Pero también preocuparnos: en el paso del campo académico al mediático el teléfono se puede malograr y el análisis transformado y reducido a sentido común. Incluso cuando las conclusiones no son alteradas, y la evidencia es contundente, la academia también juega un papel: traduce fenómenos que de otro modo -y como en otras épocas- no hubieran sido visibles para las élites peruanas. De esta forma, y sin reflejarnos en la política norteamericana, nos encontraríamos en el mismo lugar incómodo: observando lo que en verdad hemos creado.
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