martes, 5 de julio de 2022

Las manzanas podridas

 Resena de Dargent, E. (2021). El páramo reformista: Un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú. Fondo Editorial de la PUCP.

Libro El páramo reformista, Eduardo Dargent, ISBN 9786123176532. Comprar en  Buscalibre

 

El Estado peruano necesita reformas urgentes en su camino hacia el desarrollo. Grupos de interés impiden construir una meritocracia y proveer servicios de calidad, con la complicidad de las elites económicas y políticas. Solo un grupo de ciudadanos movilizados y comprometidos con las reformas nos rescatará del status quo. Las perspectivas de éxito a futuro, sin embargo, son poco optimistas.

Este es el argumento del Páramo Reformista. Una historia de buenos y malos, sin duda. Detrás encontramos, sin embargo, análisis precisos de quienes mantuvieron el poder político en el país en los últimos veinte años. Primero encontramos los conservadores oportunistas, quienes, principalmente desde el Fujimorismo, hablan el lenguaje de mano dura. Al mismo tiempo, pactan con grupos informales e ilegales interesados en mantener un Estado desregulado. Los libertarios criollos, más dispersos entre los partidos existentes, creen que cualquier reforma que no conduzca la privatización es inocua -o incluso peligrosa, pues aumenta el gasto público y la burocracia. En último lugar, los izquierdistas dogmáticos asumen la reforma estatal como dada, cuando lo principal es conseguir el poder político y un balance favorable en la “correlación de fuerzas”.

El principal problema del Páramo Reformista, entonces, no es su división esquematica entre reformistas y anti-reformistas, sino el desbalance en su tratamiento. La lucidez del diagnóstico se agota en la taxonomía de los “chicos malvados”. Dargent traza -tal vez con cierto desorden- las razones por las cuales las elites actúan, sus intereses y creencias. Asimismo, dedica un capítulo entero a la corrupción. Es evidente de esta forma como los intereses pecuniarios determinan la consolidación de grupos anti-reforma. En cambio, cuando voltea la mirada a los potenciales héroes, la descripción se hace defectuosa.

Dargent enumera una lista de atributos necesarios de los individuos de una posible agrupación reformista. De esta manera, conocemos sus capacidades y principios deseados. Lamentablemente, omite un análisis de la coalición existente. ¿Quiénes son los individuos de esta coalición? ¿De dónde provienen? ¿Cómo fueron socializados? ¿Cuál es el origen de sus preferencias y creencias? ¿De qué manera acceden a posiciones de poder, dentro y fuera del sistema político?

Ninguna de estas preguntas es contestada en el libro. Creo que se perdió una oportunidad de ofrecer una mirada autocritica, que de cuentas de las limitaciones de las coaliciones reformistas de las ultimas décadas y de su fracaso al momento de la competencia electoral. Este realismo no tiene que ser fatalista. Nos ayudaría a entender, en cambio, como y en qué circunstancias los miembros de esta coalición han jugado y podrían seguir jugando dentro de las "desacreditadas" reglas informales. Nos ayudaría a comprender cómo se han construido vínculos con libertarios e izquierdistas –las elites menos propensas a mantener intereses en el status quo. En ese sentido, tal vez el pesimismo del Páramo Reformista no está en su diagnóstico, sino en su idealismo de postular una “huida hacia adelante” como única salida; la conformación de una ciudadanía reformista, ajena a la política actual, que derribe finalmente el barril con las manzanas podridas. 

 

sábado, 17 de octubre de 2020

Skin in The Game

 “Hammurabi’s best known injunction is as follows: “If a builder builds a house and the house collapses and causes the death of the owner of the house – the builder shall be put to death.””

 

Tal vez solo una cita de Nassim Nicholas Taleb termine por catalogar el gobierno de Vizcarra. Se ha tratado de encontrar pistas en su personalidad, en su pasado como autoridad regional, en su círculo de colaboradores y amigos. Otros, menos apresurados, no han hallado otra explicación a sus decisiones más que en el "personalismo institucionalista", una etiqueta que es, lamentablemente, tan larga como confusa. 

Un primer paso es identificar el legado del gobierno. No en términos de infraestructura; hablamos tanto de relaciones que establece el Ejecutivo con otros actores sociales y políticos como de, más importante, sus intervenciones -las políticas públicas- en la sociedad. En otras palabras, cómo los sucesivos gobernantes han intentado, con más o menos fortuna, construir su legitimidad. Aquí la comparación es de gran ayuda. Ignoremos momentáneamente las formas y echemos un vistazo a los últimos treinta años. Desde 1990 casi todos los presidentes han buscado legitimarse tratando de subsanar ciertas carencias de un proyecto estatal aún inconcluso: desde eliminar proyectos políticos alternativos hasta extender la ayuda social bajo un paraguas técnocrático. 

El legado de Vizcarra es, sin embargo, de naturaleza distinta. 

Solo dos presidentes han buscado legitimidad interviniendo en la política misma: Fujimori y Vizcarra.  Ambos alteraron el status quo político y, con ello, intentaron obtener ganancias. Desde luego, el fujimorismo en 2019 no es el Fredemo en 1992. El obstruccionismo del último congreso finalmente encontró una justificada respuesta. Pero no es exagerado afirmar que Vizcarra, al igual que Fujimori, ha buscado el respaldo de las élites y de las encuestas dándole la espalda a los partidos. Fujimori inauguró un estilo de gobernar -y aquí sí importan las formas- autoritario y populista. El autoritarismo destruyó el sistema de partidos de los ochenta, impuso reglas electorales que concentraron el poder en el Ejecutivo mientras creaba una red de clientelismo que opacaba, por lejos, la labor congresal. 

Vizcarra nunca ha tenido pretensiones autoritarias ni populistas. La reforma política no fue impuesta al caballazo. El juego político entre el congreso y el Ejecutivo, aun en el límite, no escapó de los márgenes constitucionales. Pero Vizcarra no ha querido entablar alianzas más explícitas con las bancadas. Las negociaciones dentro del congreso le son completamente ajenas, al punto que no tiene representantes directos a su lado.Vizcarra no ha tenido intenciones de construir un partido político. Si bien Fujimori despreciaba el parlamento, no lo ignoraba; el control de la mayoría era fundamental para profundizar el regimen autoritario. A fin de cuentas, reducir la política partidaria a su mínima expresión era necesario para dar continuidad a su proyecto político.

Lo irónico -y terrible, al mismo tiempo- es que mientras las reformas fujimoristas terminaron siendo funcionales y efectivas a sus propios fines, los cambios impulsados por Vizcarra carecen de algún fin político. La reforma política puede verse amenazada por la carencia de un proyecto político que pelee por ella, que se beneficie de la misma pero, sobre todo asuma los costos. Si bien un actor externo al sistema puede tener más interés y capacidad para romper ciertos equilibrios, lo cierto es que reconstruir lo deshecho no puede llevarse acabo por alguien que se asume solo de paso. 

Sin haber puesto la piel en el juego, el gobierno de Vizcarra aparece como el de horizonte político más limitado. Y ello trae consecuencias, mas aún cuando, sin partido, Vizcarra encuentra el rédito en las antípodas del sistema político que propone modificar. La historia, de esta manera, termina con el arquitecto de la reforma puede escapar al desierto con el oro en la bolsa aun cuando el edificio se desplome poco después de haberse construido. 

   

 

jueves, 6 de junio de 2019

Decálogo de una discusión desinformada


Algunos apuntes personales sobre la fricción entre el paper y el ensayo (¿?)

En estos días, profesores peruanos han abierto una suerte de debate en Twitter y Facebook (¿dónde más?) acerca del llamado “rigor metodológico” en las humanidades y en las ciencias sociales. Sin entrar en detalles de quién dijo qué, se visibilizan dos posturas definidas.

En la primera, el “fetiche” por la metodología, plasmada en una expansiva “cultura del paper” en la academia peruana asfixia la imaginación teórica. Para estos profesores -la mayoría, de humanidades- es una camisa de fuerza, impuesta por el Norte. Al incrementar, además, la mercantilización de la universidad (por la necesidad de ingresar a los rankings mundiales), minimiza el impacto en nuestra realidad social de publicaciones no indexadas y la apuesta por el cambio presente en ensayos atrevidos, iluminadores, desafiantes.

Quienes abogan por la publicación de artículos con revisión por pares -entre los que intervinieron en la discusión, casi todos, economistas-, aquello fuera del “journal” carece de valor. Si entendí bien, la “evidencia”, asegurada principalmente por los métodos cuantitativos, aporta el conocimiento, no solo para acercarnos a la realidad tal cual, sino para tomar mejores decisiones públicas. Estos investigadores entienden su postura menos una actitud imperialista que una respuesta ante la predominancia de, más bien, una “cultura ensayística” en la academia peruana.

No quiero decir mucho sobre esta pelea, al fin y al cabo, algo soterrada. De hecho, otros ya han mencionado una perspectiva pluralista con la que concuerdo totalmente. Me parece más bien, una discusión desinformada. Hay cierto parroquialismo que ignora lo aprendido sobre estos debates en las dos últimas décadas. Resulta, por otra parte, penoso esconderse en peleas epistemológicas antes que jalar en la misma dirección dado el contexto precario de la investigación social en el Perú.

***

Por lo que este post tiene otro propósito. Quiero aprovechar este mini intercambio de tweets y comentarios para revelar una postura. Ni hegemónica ni revolucionaria. Un pequeño decálogo, un vulgar copy-paste. Un sinsentido personal.

1. "El mundo no habla. Sólo nosotros lo hacemos", dijo Richard Rorty. La inutilidad de que la verdad está ahí afuera, esperando ser descubierta.

2. Pero no significa -siguiendo a Rorty- que elijamos arbitrariamente el lenguaje que queramos. "Alan García no está muerto" es una frase dicha por un loco, o un conspiranoico. Hay creencias compartidas, aprendidas en la interacción con el mundo. Algunas cuyas consecuencias -como decir que sobreviviré si me meto un balazo- son más rigurosas que otras.
2.a. Lo que resulta interesante en el mundo de los "fake news": hay un cuestionamiento a la "verdad objetiva" porque, básicamente, hay menos consensos hoy en día.

3. ¿Cómo hacemos hablar al mundo? Las ciencias exactas desarrollaron un paradigma de investigación. Nuestra forma de lidiar con la realidad. Y en la realidad humana, el objetivo es doble: predecirla, si apostamos por los grandes números; o comprenderla, si vamos por el camino de la interpretación de colectivos y personas. La decisión cuanti/cuali es práctica.

4. "Fieldwork is the cure for bullshit", decía Robert Bates.

5. Las ciencias sociales se implementan. Participan personas, que en el laboratorio, en el archivo, durante el diseño de investigación, de forma tal que cuando se selecciona (se esconda, se escoja) la muestra o los casos otros colegas juzguen nuestros trabajos como suficientemente "rigurosos" o "iluminadores" para publicarlos. El éxito de una investigación depende de la comunidad que la acoge y los mecanismos que utilicen para lidiar con el disenso.

6. Hay juicios de hecho permeadas por juicios de valor, decía, creo, Putnam (¿Qué es sino, la apuesta por la parsimonia o la coherencia de una teoría? ¿Qué son, conceptos como desarrollo, bienestar o democracia?)

7. La mitad de la investigación está sostenida por el estado de la cuestión. El estado de la cuestión es un ensayo.

8. El éxito de un ensayo depende del uso que hace de la libertad de dialogar con múltiples autores. Cuestionarlos, apoyarlos y sentar una posición ante una realidad más amplia.

9. El éxito de una investigación en ciencias sociales se mide por innovar en 1) nueva pregunta; 2) nueva teoría; 3) nueva "data"; o 4) nueva metodología (Matt Fuhrmann).

10. Explicar la realidad social, lo que sucede a nuestro alrededor antes que encontrar "puzzles" teóricos. Obviamente, si hacemos ambos, mejor.










miércoles, 27 de junio de 2018

A gusto del cliente

Dos breves apuntes sobre la formulación de programas sociales en el Perú

UNO

¿Qué es "sensibilizar"? En las normas que sancionan el cómo de una intervención estatal no es raro toparse con el verbo, que reemplaza al aun más enigmático y cacofónico "hacer tomar consciencia". En el mundo del papel se supone que la "población objetivo" tiene que "involucrarse" con la oferta el programa; para ello el Estado moviliza estrategias y bombardea de mensajes "didácticos" sobre la importancia de tal o cual tema: desarrollo infantil, combate a la anemia, salud preventiva. La comunicación no es solo para el el desarrollo; es el desarrollo. Que el programa sea aceptado depende si nos entendemos alrededor de un alcanzable consenso; si fracasa, es culpa de la falta de voluntad política para lograrlo. Pero ¿qué oculta la "sensibilización"? En el mejor de los casos, una negociación entre actores sociales y estatales dentro de un espacio no limitado; en el peor, una homogenización de La comunidad. La maquinaria anti-política.

DOS

Si no es La comunidad, es el ciudadano-cliente. Una de las exigencias, dentro del discurso de modernización del Estado, es que todos los funcionarios piensen sus actividades en función del ciudadano. Traducir su rutina weberiana, "burocrática", a otra que no pierda de vista a quienes tiene el "privilegio" de servir. ¿Cómo el funcionario conoce qué desean los ciudadanos? ¿Quiénes son estos? En la intervención estatal esta información es construida sobre la marcha, a partir de lo que observan los mismos funcionarios, no necesariamente de forma sistemática. Ante esto, el uso de herramientas como encuestas o focus-groups es bienvenido; más aún: es promovido como parte de una política sostenida en la "evidencia". Así, un proceso que es, por definición, político, pasa a manos de consultores que diseñan el recojo de datos. Cabe preguntarse si estos datos pueden aprehender la forma en que se agregan, se representan o disputan los intereses en un lugar.
   

miércoles, 29 de junio de 2016

Y todavía se mantiene

Estudiar lo perdurable en el estado peruano a través de sus prácticas cotidianas



En las ciencias sociales peruanas, el estudio del cambio político ha sido una cuestión central. Por el contrario, la "continuidad por sorpresa" del estado no es analizada como un fenómeno de relevancia. Esta ausencia, llevada a sus extremos, resulta paradójica: mientras más se asume la fragmentación, debilidad y ausencia del estado, menos se conoce los mecanismos que permiten, en mayor o menor medida, el funcionamiento de sus actuales sistemas administrativos.

Unas primeras aproximaciones apuntan a que el mantenimiento del "modelo" (no económico, sino político) se da por "default". Ante la ausencia de partidos, los ministerios más tecnocráticos, sin poseer un poder sobresaliente, son lo suficientemente fuertes para aprobar y ejecutar procedimientos y políticas. Sin negar esta desigualdad, cabe preguntarse si ese poder es suficiente para enfrentar otros desafíos. Cualquier persona que ha trabajado en el estado sabe que uno de los principales problemas para llevar acabo procesos es la falta de coordinación, tanto o más que la oposición directa. De hecho, un poder incluso avasallador puede ser resistido. Como lo sugieren Scott y Crozier, hay margen para que el "subyugado" (sea campesino o burócrata) entable prácticas de "resistencia": en el estado estas prácticas van desde entorpecer el uso de recursos en una oficina hasta vincularse con la sociedad, en formas cercanas a la corrupción. 

Otro tipo de aproximación apela a la continuidad por ideología. Las tácticas de gubermentalidad del neoliberalismo permiten que los actores dentro del estado (y fuera de éste) aprehendan una serie de prácticas que, a su vez, generen una idea de continuidad. Estas prácticas (re)construyen la visión de túnel del estado, y un fetichismo hacia las cifras y resultados auditables. Sin desconsiderar el peso de la ideología, sobre todo en las altas esferas tecnocráticas, cabe aún preguntarse acerca de las distintas maneras en las cuales esta ideología "baja" y se establece en los niveles regionales y locales de los sistemas administrativos; más aún cuando la gubermentalidad demanda un cierto nivel de autoritarismo que no existe en muchos sistemas ni recae sobre la mayoría de divisiones territoriales (aunque la gubermentalidad no exige un centro estatal que irradie poder, es poco probable que grupos sociales, por sí solos, reproduzcan una idea de estado, y menos todavía de su continuidad).

¿Cómo analizar la estabilidad de algunos sistemas? Podríamos volver la mirada a las organizaciones estatales, y a las prácticas de sus burócratas. Esta sugerencia parece trivial y repetitiva; no obstante, su recuerdo ayuda como antídoto frente a marcos conceptuales que se restringen a discursos y reglas formales e informales: los actores dentro del estado peruano no solo se guían por reglas (en muchos casos, ausentes o en proceso de consolidación), sino,además, actúan estratégicamente; de esta manera logran, en ocasiones, articular sus prácticas en rutinas más perdurables. El estado se reconstruye desde lo cotidiano. Las organizaciones se asientan en instituciones; pero no se agotan en éstas. La ideología orienta las prácticas, pero no las dirige, y en última instancia sirve de herramienta para la acción de algunos burócratas interesados en la continuidad de los sistemas. 

Si volvemos a discutir conceptos de la sociología de las organizaciones, surgen un abanico de preguntas sobre la formación de la estabilidad en un contexto como el peruano: ¿quiénes son los burócratas centrales, regionales y locales que participan en los sistemas? ¿Cuáles son sus intereses? ¿Qué características tienen? ¿Qué otros actores participan? ¿Cómo y cuándo lo hacen? ¿Cómo coordinan entre ellos? ¿Cómo negocian? ¿Cómo persuaden entre sí? ¿Qué elementos simbólicos y materiales utilizan en la persuasión? ¿Con qué propósito? ¿Cómo lo utilizan? Todo lo anterior, que podrían ser puntos de partida para el hallazgo de patrones, configura el quehacer de los burócratas, el cual no debe ser tomado por dado; el efecto final es lo que conocemos por la continuidad del "estado", no solo en términos simbólicos, sino también infraestructurales, funcionales.        


martes, 10 de mayo de 2016

Una profecía autocumplida

Sobre la "institucionalización" del fujimorismo


Dos citas:

1) La justificación de Elmer Cuba para integrar el equipo técnico de Fuerza Popular:

“Veo en Fuerza Popular una representación de masas…es un partido político de masas del siglo XXI

2) En un artículo de su edición de febrero, The Economist presenta esta explicación surgimiento de Trump:

 “Scientists are well acquainted with the “observer effect”, which, in physics, for example, stipulates that the characteristics of a subatomic particle can never be fully known because they are changed by the act of measuring them. Similarly, wrote Mr Drezner, “The Party Decides” has been “the primary theory driving how political analysts have thought about presidential campaigns. It seemed to explain nomination fights of the recent past quite well.” However, in previous elections, there were no crowds of journalists citing TPD. This time, says Mr Drezner, Republican decision-makers “read smart take after smart take telling them that Trump didn’t have a chance…so GOP party leaders didn’t take any action. Except that the reason smart analysts believed Trump had no chance was because they thought GOP leaders would eventually take action””.

***

A riesgo: Aún en disputa, las investigaciones sobre el fujimorismo se transformaron, dentro de los medios, en un sentido común que tiene un impacto efectivo. En algún momento, el fujimorismo se construye (también) discursivamente como el “partido más institucionalizado del país”, con “bases sólidas”, con "identidad" y "arraigo en la sociedad". Este discurso mediático, por su propia cuenta, tanto como las variables reales de la fortaleza fujimorista, afecta el comportamiento de las élites políticas. 

Esta no es una posición idealista. El fujimorismo no vive del cuento. Es innegable la estabilidad de su intención de voto. Hay también mucho de cierto sobre la ventaja organizacional relativa del fujimorismo y un enraizamiento mínimo, aunque superior al resto de agrupaciones políticas. Pero, ¿es suficiente para estar por encima de los demás? En ocasiones, los diagnósticos académicos acerca de la institucionalización del fujimorismo se tornan apresurados. La “formación de horizontes comunes” entre los políticos al congreso que postularon por Fuerza Popular se ha tomado por finalizado: la percepción de una bancada congresal, que votaría en bloque, escondería más bien alianzas regionales frágiles. La vida activa en los Comités Provinciales, que quizá no es más que la extensión de los espacios de socialización local, se asume como el germen de la nueva militancia. El despliegue territorial de Fuerza Popular se sostiene por el trabajo de base pero también por la cantidad de dinero utilizado de origen desconocido.

Desde luego, estos son argumentos en disputa. Aún falta mucho por investigar acerca del nuevo fujimorismo, y el consenso académico es menor del que se puede imaginar. Hablamos de un “proto-partido” con identidad (Meléndez), de una organización con una lideresa “que busca la institucionalización” (Sosa) o un “entorno partidario” con vínculos débiles con sus organizaciones satélites (Urrutia). Establecer que tan institucionalizado es el partido de Keiko Fujimori no está libre de contención. El “dato duro” sobre el número de postulantes a gobiernos subnacionales, por citar un ejemplo, puede ser interpretado de dos modos: por una parte, demuestra la fortaleza del partido frente a la atomización de la política peruana; por otra, a nivel de la región andina, todavía es indicador de su fragilidad organizacional. La evidencia acerca de la institucionalización del fujimorismo, de su fortaleza, no es totalmente inequívoca, pero ello en la academia no tendría por qué llamar la atención.

Lo que llama la atención es la frase de Elmer Cuba. No solo porque el directivo de Macroconsult, la consultora que hace los Términos de Referencia al Estado, utiliza un lenguaje cercano a la politología, sino porque es un ejemplo de cómo una literatura en cuestión sobre un fenómeno en proceso, se puede tomar por un hecho cerrado. En ese sentido, y más allá de la cita instrumental de Cuba, las élites políticas apelan a estrategias a partir de percepciones de fenómenos como el fujimorismo aún no del todo claros para la academia. El comportamiento de PPK en la segunda vuelta sería otro ejemplo. Se argumenta que el equipo de Peruanos por el Kambio teme a ganar: se enfrentaría a una oposición firme, una bancada en bloque, feroz, con capacidad incluso de movilización. En suma, se enfrentaría a un partido político. ¿Qué tan cierto es esto? Cualquier respuesta no deja de ser arriesgada: el fujimorismo podría no ser más que el hermano mayor, algo más hábil, de las coaliciones que representan la forma de hacer política en el Perú. En cualquier caso, las élites políticas parecen sensibles a la percepción (alineada o no a lo real) de un fujimorismo fuerte y cohesionado, y adecuan sus expectativas a ella.

Esta relación entre politólogos, medios y políticos nos plantea una situación curiosa. En esta campaña, más que en cualquier otra, la ciencia política peruana se encuentra en una posición privilegiada dentro de la prensa. En el último lustro, los politólogos y las politólogas han estado desplazando a los insulsos y repetitivos comentaristas políticos. Este cambio, por sí solo, debería alegrarnos. Pero también preocuparnos: en el paso del campo académico al mediático el teléfono se puede malograr y el análisis transformado y reducido a sentido comúnIncluso cuando las conclusiones no son alteradas, y la evidencia es contundente, la academia también juega un papel: traduce fenómenos que de otro modo -y como en otras épocas- no hubieran sido visibles para las élites peruanas. De esta forma, y sin reflejarnos en la política norteamericana, nos encontraríamos en el mismo lugar incómodo: observando lo que en verdad hemos creado.