sábado, 17 de octubre de 2020

Skin in The Game

 “Hammurabi’s best known injunction is as follows: “If a builder builds a house and the house collapses and causes the death of the owner of the house – the builder shall be put to death.””

 

Tal vez solo una cita de Nassim Nicholas Taleb termine por catalogar el gobierno de Vizcarra. Se ha tratado de encontrar pistas en su personalidad, en su pasado como autoridad regional, en su círculo de colaboradores y amigos. Otros, menos apresurados, no han hallado otra explicación a sus decisiones más que en el "personalismo institucionalista", una etiqueta que es, lamentablemente, tan larga como confusa. 

Un primer paso es identificar el legado del gobierno. No en términos de infraestructura; hablamos tanto de relaciones que establece el Ejecutivo con otros actores sociales y políticos como de, más importante, sus intervenciones -las políticas públicas- en la sociedad. En otras palabras, cómo los sucesivos gobernantes han intentado, con más o menos fortuna, construir su legitimidad. Aquí la comparación es de gran ayuda. Ignoremos momentáneamente las formas y echemos un vistazo a los últimos treinta años. Desde 1990 casi todos los presidentes han buscado legitimarse tratando de subsanar ciertas carencias de un proyecto estatal aún inconcluso: desde eliminar proyectos políticos alternativos hasta extender la ayuda social bajo un paraguas técnocrático. 

El legado de Vizcarra es, sin embargo, de naturaleza distinta. 

Solo dos presidentes han buscado legitimidad interviniendo en la política misma: Fujimori y Vizcarra.  Ambos alteraron el status quo político y, con ello, intentaron obtener ganancias. Desde luego, el fujimorismo en 2019 no es el Fredemo en 1992. El obstruccionismo del último congreso finalmente encontró una justificada respuesta. Pero no es exagerado afirmar que Vizcarra, al igual que Fujimori, ha buscado el respaldo de las élites y de las encuestas dándole la espalda a los partidos. Fujimori inauguró un estilo de gobernar -y aquí sí importan las formas- autoritario y populista. El autoritarismo destruyó el sistema de partidos de los ochenta, impuso reglas electorales que concentraron el poder en el Ejecutivo mientras creaba una red de clientelismo que opacaba, por lejos, la labor congresal. 

Vizcarra nunca ha tenido pretensiones autoritarias ni populistas. La reforma política no fue impuesta al caballazo. El juego político entre el congreso y el Ejecutivo, aun en el límite, no escapó de los márgenes constitucionales. Pero Vizcarra no ha querido entablar alianzas más explícitas con las bancadas. Las negociaciones dentro del congreso le son completamente ajenas, al punto que no tiene representantes directos a su lado.Vizcarra no ha tenido intenciones de construir un partido político. Si bien Fujimori despreciaba el parlamento, no lo ignoraba; el control de la mayoría era fundamental para profundizar el regimen autoritario. A fin de cuentas, reducir la política partidaria a su mínima expresión era necesario para dar continuidad a su proyecto político.

Lo irónico -y terrible, al mismo tiempo- es que mientras las reformas fujimoristas terminaron siendo funcionales y efectivas a sus propios fines, los cambios impulsados por Vizcarra carecen de algún fin político. La reforma política puede verse amenazada por la carencia de un proyecto político que pelee por ella, que se beneficie de la misma pero, sobre todo asuma los costos. Si bien un actor externo al sistema puede tener más interés y capacidad para romper ciertos equilibrios, lo cierto es que reconstruir lo deshecho no puede llevarse acabo por alguien que se asume solo de paso. 

Sin haber puesto la piel en el juego, el gobierno de Vizcarra aparece como el de horizonte político más limitado. Y ello trae consecuencias, mas aún cuando, sin partido, Vizcarra encuentra el rédito en las antípodas del sistema político que propone modificar. La historia, de esta manera, termina con el arquitecto de la reforma puede escapar al desierto con el oro en la bolsa aun cuando el edificio se desplome poco después de haberse construido. 

   

 

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